lunes, 26 de marzo de 2018

La Torre - Relato de fantasía


La Torre - Relato de Fantasía

¡Hola Fantasios! Finalmente me he decidido a publicar mi primer relato fantástico en el blog, poruqe ya que vuelvo al blog, qué mejor que hacerlo a lo grande. Espero que lo disfrutéis y no dudéis en dejarme vuestra opinión en los comentarios. 


Apresada entre las sábanas, Barena gruñó al escuchar el sonido que emitía la joya que descansaba junto a su cama. Además del estridente sonido, la joya también emitía brillos anaranjados, avisándola de que la hora de su guardia se acercaba. Desnuda como estaba, Barena se arrastró hacia la mesa de noche y colocó las yemas de los dedos en la gema, haciendo que el sonido desapareciera.
Con un suspiro, dirigió la mirada hacia el techo de su habitación, cerrando los ojos antes de animarse a salir por fin de la cama. Se puso en pie y miró por la ventana de su habitación. Era una ventana amplia que ocupaba gran parte de la pared, con un marco de madera que contrastaba con las paredes de hierro de la habitación.
«Mar. Solo el azul del mar, como de costumbre».
Se apresuró a subirse el pantalón de cuero rojo y se pasó una blusa blanca por la cabeza liberando luego su cabello negro, que cayó por debajo la nuca. Mientras se calzaba las botas miró en derredor en busca de su cinturón y su arma hasta que los encontró tirados junto a la cama. Se maldijo por el mal trato que le daba al viejo revólver y lo sacó de la funda para comprobar que no estaba dañado. Tras esto, se abrochó el cinturón y tomó la chaqueta de su uniforme. Pensó en colocársela, pero estaban en pleno verano y el calor entraba por la ventana abierta. En su lugar, tomó la bolsa que siempre llevaba durante su turno, donde ya se encontraban sus guantes y su bufanda, y apretó la chaqueta en su interior. Se colgó la bolsa al hombro, tomó su casco y salió de la habitación.
El suelo de madera crujió a su paso mientras se dirigía hacia la despensa, que se encontraba justo un nivel por debajo de donde estaba su habitación. La planta de la torre era circular y se podía llegar desde el sótano hasta la planta alta subiendo por unas escaleras que se encontraban en uno de los laterales de la misma. Por fuera, la torre era un armatoste de hierro de siete plantas de alto, coronada por un puesto de vigía de madera. A sus pies, solo un pequeño muelle y unas rocas, el resto era solo agua.
Por dentro la torre no era mucho más agradable. La madera y el hierro se turnaban para mantener el edificio en pie y solo estaba adornada por las ventanas y algún que otro cristal de diverso propósito.
Cuando llegó a la despensa dejó su bolsa y el casco sobre la única mesa que había en la habitación y se dirigió a un cristal con forma de estrella que había en una de las esquinas de la misma. Colocó la palma de la mano en su superficie y pronunció una palabra, haciendo que la pared que había frente a ella desapareciera, dando paso en su lugar a una corriente de frío que la hizo estremecerse. Entró en el refrigerador y tomó una pieza de carne congelada, luego dio unos pasos atrás y volvió a pronunciar la misma palabra, esta vez de atrás hacia delante. La pared y el cristal volvieron a aparecer en el mismo sitio en el que estaban y ella les dio la espalda para sentarse a la mesa.
Con un bostezo, Barena puso el trozo de carne en un plato y metió la mano en su bolsa, sacando un pequeño rubí que mantuvo en su mano mientras dejaba la otra a unos centímetros del plato.
—Calor.
De inmediato, sintió que el trozo de carne comenzaba a descongelarse. Esperó unos minutos hasta que la comida estuvo cocinada a su gusto y luego dio buena cuenta de ella. Cuando hubo terminado, tomó unas piezas de fruta y salió de la despensa sin recoger el plato. A solo unos metros se encontraba el elevador y ella todavía no se había despertado del todo, así que decidió tomarlo para subir a lo alto de la torre.
Sus dedos se movieron con rapidez frente a la joya roja que adornaba el aparato y casi de inmediato escuchó los engranajes del sótano de la torre en movimiento, rompiendo el silencio que reinaba en el edificio y empujando la plataforma hacia el piso inferior, donde se encontraba ella.
Barena no sabía decir si el mecanismo se movía fruto de la magia o de la tecnología. Ella nunca había prestado atención a las clases teóricas y los alquimistas no le despertaban el más mínimo interés. Magia o tecnología, le daba igual mientras funcionara. La puerta vallada se abrió ante ella y pudo acceder a la plataforma. Volvió a gesticular con los dedos, esta vez frente a la gema que había dentro del elevador, y apoyó la espalda en la pared mientras la plataforma comenzaba a elevarse.
Las ventanas comenzaron a sucederse dentro del elevador, todas ofreciendo la misma vista. El mar. No había nada más que pudiera verse desde la torre, solo el azul del mar.
Barena suspiró con desgana, maldiciendo el momento en el que se presentó voluntaria para prestar servicio en la torre.
«Cinco años. Cinco putos años de servicio. ¿En qué estaba pensando?»
Sabía en lo que estaba pensando. En Deyanira, su ídolo de la infancia. La primera mujer en ser destinada a uno de los dos puestos de vigía de la torre del este. En aquél entonces la veía como una heroína. Quería ser como ella, marcar un antes y un después en el reino. Había entrenado con dureza desde los siete años para entrar en la academia militar y luego el doble para conseguir el tan ansiado puesto. Cuando se embarcó rumbo a su destino, todavía no creía que hubiera cumplido su sueño. Y entonces llegó a la torre, donde el tedio comenzó a consumirla día a día.
La plataforma frenó en seco al llegar al penúltimo piso de la torre, donde se encontraba la armería. Tomó su lanza de uno de los estantes que ya acumulaban polvo y comenzó a subir los escalones de madera que llevaban hasta el puesto de vigía de la torre.
Antes de atravesar el umbral que daba al exterior, Barena se recogió el pelo y se colocó el casco. El sol estaba casi en lo más alto, prueba ineludible de que su turno estaba a punto de comenzar. Tocó uno de los interruptores de su casco y unas lentes aparecieron ante su rostro para protegerla de la luz solar. Nada más salir al exterior, la brisa marina le trajo un aroma salado, mientras que el susurro de las olas contribuyeron a despejar su mente, todavía adormilada.
—Llegas pronto, todavía quedan unos quince minutos antes de que empiece tu guardia.
Miró hacia el sonido de la voz y descubrió al otro habitante de la torre, de pie en una de las esquinas del puesto de guardia.
—No tenía otra cosa que hacer —respondió con desgana, mirando a su compañero de reojo.
Él no le devolvió la mirada, sino que la mantenía fija en el horizonte, como si hubiera visto algo en el mar. Pero Barena sabía que no era así, nunca habían visto nada desde que el barco que los trajo allí se alejara de la torre con sus predecesores hacía ya año y medio.
Pero Lucius permanecía con la mirada fija en el horizonte, tratando de vislumbrar algo en el azul del océano. O quizá solo quería evitar mirarla a ella.
—¿Ves algo?
—Agua.
Barena fingió una sonrisa, pero la borró de inmediato. Era el mismo chiste de todos los días, uno que había perdido la gracia el segundo día, pero que Lucius seguía utilizando.
A pesar del calor él sí que llevaba el uniforme completo, con su chaqueta roja abotonada hasta arriba y su casco metálico tapando sus rizos pelirrojos. Se mantenía apoyado en su lanza, con su mano derecha jugueteando con una perilla mal afeitada.
—Si quieres puedes ir bajando, no me importa empezar mi guardia un poco antes.
—No, me quedaré hasta el final.
La respuesta fue algo más brusca de lo que Barena esperaba y la hizo fruncir el ceño.
—No te preocupes —respondió ella con ironía—, si vienen los malos serás al primero que avise.
No tuvo respuesta por parte de Lucius, que permaneció con la mirada fija en el horizonte. Ella optó por ignorarlo y se sentó en uno de los taburetes del puesto. Sacó el revólver y comenzó a limpiarlo con su pañuelo, manteniendo la vista hacia el lado contrario al que miraba Lucius, aunque el paisaje se le antojó el mismo.
Pasaron unos minutos en silencio hasta que Lucius volvió a hablar.
—Mi abuelo me contaba historias de su abuelo, de cuando había servido como guardia en la torre. Todo un honor como imaginarás. Sus hijos y los hijos de sus hijos trataron de imitar su hazaña, pero ninguno llegó a conseguir volver a poner un pie en esta torre.
—¿Tu abuelo te contaba historias de cuando su abuelo sirvió aquí? ¿Acaso había algo que contar? Que yo sepa nunca ha habido ninguna escaramuza en esta torre, así que si no te contaba cómo limpiaba los suelos de este viejo tugurio, no entiendo qué podía ser tan interesante.
Lucius giró la cabeza por primera vez y Barena vio que sus ojos verdes centelleaban, pero no supo decir si estaba dolido por su comentario hacia su abuelo o hacia la torre.
—Me hablaba del honor que supone servir en esta torre, la más antigua de nuestro reino y la más importante, si me apuras. Te recuerdo que estamos en guerra y un ataque por mar sería fatal para las ciudades de la costa.
—La guerra acabó hace cientos de años. Estamos en medio de la nada y nuestro enemigo no era conocido por acercarse mucho al agua por si no lo recuerdas.
—¡Esa no es la cuestión! —contestó él alzando la voz—. Mi abuelo me contaba el honor que supone servir en esta torre. Somos los vigías del reino. Mantenemos la vista en la fatalidad y si retiramos la mirada estamos condenados.
Barena no pudo evitar la carcajada al escuchar las imbecilidades de su compañero.
—¿Si retiramos la mirada estamos condenados? ¿Desde cuándo te has vuelto religioso Lucius? No sabía que te sabías los salmos tan bien.
El joven enrojeció al escucharla reír. Luego se dirigió a su bolsa y sacó un libro que a Barena le pareció casi tan viejo como la torre.
—Página setenta y cuatro. "Los vigías de las cuatro torres son la primera defensa ante las fuerzas demoníacas. Son sus ojos el mejor escudo del que dispone el reino, mantienen la vista en la fatalidad, pues saben que retirar la vista supone la condena del mundo conocido".
—Ya veo por dónde vas —dijo ella poniendo los ojos en blanco—. Hacía años que no leía El Grimorio del Salvador.
—No lo dudo. Deberías darle un repaso.
Ahora fue ella la que apartó la mirada, harta de tanta tontería. Volvió a mirar hacia el horizonte, esperando que el sonido de las olas hiciera callar al otro. No fue así.
—Que uno de los miembros de tu familia sea elegido para ser vigía de la torre es un honor. Mi abuelo, mi padre y mi hermano también lo intentaron en su momento, pero solo yo conseguí volver.
—Sí, sí, todo un honor. Creo que ya son más de las doce. Tu guardia ha terminado, nos vemos esta noche.
—Para ti todo esto es una broma ¿verdad? Eres de esas que se apunta al servicio solo por el dinero que te entregarán cuando termines tus años de guardia. Una necia que no entiende la importancia de lo que hacemos aquí.
—Subimos todos los días a la misma hora y miramos al horizonte. Eso es lo que hacemos y por eso me pagan. No me vengas con tonterías metafísicas que ni entiendo ni me interesan.
La expresión de Lucius estaba entre la ira y la tristeza. A Barena poco le importaba y ya estaba empezando a perder la paciencia con él. Sintió cómo la agujereaba con su mirada hasta que, apretando los puños, se giró de nuevo hacia él.
—Si tienes algo que decirme dilo ahora. Si no, vuélvete abajo y déjame tranquila.
—No tendrían que haber elegido a una mujer para este puesto.
El comentario la tomó desprevenida, por lo que durante unos segundos se quedó boquiabierta, sin saber qué decir. Lucius bajó la cabeza e hizo ademán de dirigirse hacia las escaleras, pero al pasar por su lado Barena lo tomó del cuello de la chaqueta e hizo gala de su fuerza para empujarlo contra uno de los bordes del puesto de vigía.
—¡Vuelve a repetir eso!
—¿Por qué has venido? —le reprendió él, que parecía a punto de echarse a llorar— ¿qué haces aquí si ni siquiera entiendes la importancia de nuestro trabajo? Admite que odias estar aquí.
—Sí, lo admito —afirmó ella con firmeza—. Odio cada minuto que paso aquí y ojalá no hubiera venido nunca.
Respiró con profundidad, como si el admitirlo en alto la hubiera liberado de un corsé que la oprimía.
—Ya veo. Y como no puedes soportar la importancia de tu misión tenías que evitar que yo también faltara a mi labor.
La carcajada de Barena volvió a oírse en la torre.
—Qué idiota eres, Lucius. Yo no he faltado a mi labor en ningún momento. Siempre he cumplido con mis doce horas sin rechistar, aunque por dentro estuviera muriendo de aburrimiento.
El joven apretó los labios, apretando con fuerza el agarre de su lanza. Ella lo vio y llevó su mano hacia el revólver con disimulo. Esperaba no tener que llegar a usar el arma.
—No tenías que haber venido —continuó Lucius entre dientes— ¡No tenías que haber venido! ¡Por tu culpa he manchado el honor de mi familia!
—No fui yo la que te pidió que vinieras a mi habitación.
—¡Me provocaste! ¡Con tus paseos y tus miradas!
—Jamás te he obligado a hacer nada que no quisieras. Admite que tú también odias estar en esta torre tanto como yo. Lo de anoche fue fruto de la hartura que tenemos, no me uses a mí para excusar tus actos. Sé que tú tampoco quieres estar aquí y muy en el fondo de tu corazón tú también lo sabes.
La figura masculina que una vez la había atraído cayó de rodillas ante ella, dejando solo al niño que se creía los cuentos de héroes que le contaba su abuelo.
—¿Cómo es posible? —lloró— ¿Cómo es posible que me haya deshonrado de esta manera?
—Solo fueron unas horas del turno de noche —trató de consolarlo, acongojada por el espectáculo—, no ha pasado nada. Solo tenemos que asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Yo también admito que lo que pasó anoche fue un error. Te pido disculpas si alguna vez sentiste que intentaba seducirte, pero te aseguro que nunca fue el caso. Yo tampoco sé qué me ocurrió.
—Que eres una golfa. Eso te ocurrió.
Lucius se levantó de golpe y avanzó hacia ella de forma violenta. No se mantuvo mucho tiempo en pie, ya que ella lo mandó de vuelta al suelo de un puñetazo.
—Cuida esa boca, Lucius. Estoy intentando ser amable, pero no olvides que sigo siendo la graduada de más alto rango de la academia. Entré en esta torre por delante de ti y puedo sacarte de ella con la misma facilidad.
El interpelado se llevó la mano al labio inferior y lo encontró manchado de sangre. Luego alzó la mirada hacia ella y Barena comprendió que, sin pretenderlo, había vuelto a humillarlo.
«Eres tú el que no tenía que haber venido a esta torre, Lucius».
Los ojos del hombre volaron hacia su lanza, pero una vez más ella se adelantó a sus movimientos y pateó el arma antes de que él pudiera alcanzarla. Luego hizo girar la suya y llevó la punta hacia la cara del joven, que soltó una maldición al verse derrotado de nuevo.
—Vuelve abajo Lucius. Nos quedan tres años y medio juntos en esta torre, por lo que tendremos que aprender a llevarnos bien. Cada uno hará su turno a sus horas y no molestará al otro. No tenemos que hablarnos si no queremos.
Antes de que pudiera terminar de hablar, Lucius agarró la punta de la lanza y tiró hacia él. Sorprendida por la fuerza inesperada del tirón, Barena cayó hacia delante y tropezó con el otro. Forcejearon un rato hasta que el hombre volvió a acabar con la espalda en el suelo. Ella se colocó sobre él y comenzó a lanzar puñetazos para intentar hacerle entender con sangre lo que no había comprendido con las palabras. Los aspavientos del hombre no fueron suficientes para defenderse de ella y muy pronto notó cómo su nariz se rompía bajo sus golpes. Siguió lanzando puñetazos hasta que ya no sintió ninguna resistencia bajo ella.
Cuando terminó, los dos jadeaban, pero parecía que Lucius se había dado por vencido. Se mantuvo en el suelo, con la mirada en una de las esquinas del puesto mientras la sangre y las lágrimas corrían por su cara.
Barena se tumbó a su lado para recuperar el aliento y se miró la mano derecha, la que había utilizado para golpear a Lucius. Los nudillos estaban pelados y manchados en sangre mientras que los dedos le temblaban ligeramente. Seguramente se había hecho daño.
«Demasiado tiempo desde mi última pelea».
—Gracias —escuchó musitar a su lado.
Ella lo miró interrogante, sin saber si tenía que esperar otro ataque por parte de su compañero.
—Gracias por devolverme el sentido común —continuó él con voz débil—. Llevo toda la noche dándole vueltas a la cabeza desde que subí de tu habitación, sin más compañía que la de ese estúpido libro. No sé qué me pasó, supongo que necesitaba desahogarme.
—Es esta torre —suspiró ella—. Hay demasiados hechizos en sus muros, juegan con nuestra mente.
—Tienes razón con lo de que yo tampoco quiero estar aquí —siguió Lucius mientras hacía el esfuerzo de sentarse en el suelo del puesto—. He estado toda mi vida obsesionado con conseguir un puesto en la guardia y ahora que estoy aquí veo que no hay nada de lo que sentirse orgulloso. Todos los días la misma rutina; dormir, despertarse, comer, entrenar y doce horas seguidas de guardia. Solo para volver a empezar al día siguiente. Supongo que pensé que estaba perdiendo el tiempo, que estaba echando a perder mi juventud.
—Es que es así —dijo ella con una sonrisa, sentada a su lado—. Nos engañaron a los dos.
—No. No nos dijeron nada que no fuera cierto. Sabíamos que este puesto era así. Cinco años mirando hacia el mar. Ni más, ni menos.
Ella reflexionó. Lucius tenía razón. No les habían prometido la victoria al frente de un cuerpo de élite ni la gloria en el campo de batalla. Solo la torre. Una torre construida hacía no se sabe cuánto por a saber quién, para proteger el reino de un enemigo invisible. Qué idiotas habían sido.
—Bueno, ya solo nos queda cumplir con el tiempo que nos queda. Cuando volvamos a casa podremos cobrar nuestro dinero y vivir una vida acomodada. Creo que nos lo merecemos.
Lucius asintió en silencio, con las piernas cruzadas ante él. En medio del forcejeo había perdido el casco y sus rizos se le pegaban a la frente. La miró de nuevo y sonrió. Los puñetazos de Barena le habían saltado un diente y ahora tenía un aspecto un poco estúpido. Su cara de bobalicón la hizo reír una vez más y esta vez él la siguió.
—¿Sabes lo que me molestaba más de estar aquí? —le preguntó él.
—¿El qué?
—Que nunca me hablabas. Nos cruzábamos en el cambio de turno y casi no me dirigías la palabra. Un hola y un adiós. Nada más.
—Tú tampoco me decías nada.
—¡Claro que no! Eres la primera graduada de la academia. Te he visto luchar y te he visto lanzar hechizos. A veces dabas miedo.
Ella asintió. Sabía que se sentía así, como la mayoría de los chicos de la academia. «Tenía que esforzarme el doble si quería que me tomaran en serio. Supongo que yo misma me lo tomé demasiado en serio».
—Bueno, sabía que necesitaba buena nota al graduarme si quería tener alguna posibilidad de venir a esta maldita torre. Si hubiera sabido lo que nos esperaba quizá no me hubiera esforzado tanto.
Se quedaron sentados en silencio, escuchando el sonido del mar y rodeados de los muros del puesto de guardia.
—Estoy enamorado de ti, Barena.
La afirmación la tomó por sorpresa y no pudo más que mirarlo en silencio, sin saber qué decir. Él sonrió una vez más con resignación, probablemente no esperara ninguna respuesta por parte de ella.
—Solo quería decírtelo. No quiero volver a perder la cabeza por no decir en voz alta lo que siento. No tienes que decir nada.
Ella le hizo caso y bajó la cabeza en silencio.
—Pero bueno, basta ya de peleas y confesiones. Hoy creo que voy a dormir como hace años que no dormía. Pero creo que primero me daré una ducha para quitarme la sangre de encima.
Barena observó cómo se ponía en pie con dificultad y le cedía el brazo para ayudarla a levantarse. Sacudió la cabeza para alejar pensamientos confusos y agarró la mano que le ofrecía con la suya, esperando el tirón que la levantara del suelo.
Un tirón que nunca llegó.
En su lugar, Lucius permaneció en el sitio, mirando por encima de los muros de la torre con la boca entreabierta. Su rostro palideció y un mal presentimiento se apoderó de ella. Se puso en pie por sus propios medios y miró en la misma dirección a la que apuntaba su compañero.
Nada. Nada en el horizonte, como de costumbre. Lo que había llamado la atención de Lucius era precisamente el mar que siempre los rodeaba. El mar azul que observaban día tras día y que ahora solo se veía rojo. No era un líquido que manchara el agua de ese color. El mar ERA rojo. Bajó la vista para ver las olas que rompían contra el muelle de la planta baja de la torre y pudo apreciar que el líquido era más espeso que el agua, un líquido que conocía bien.
—Sangre —fue lo primero que acudió a sus labios—. El agua se ha convertido en sangre.
Tomó su lanza del suelo y se dirigió con premura a la escalera del puesto, dispuesta a entrar de nuevo en la torre. Volvió la vista atrás solo para ver que Lucius seguía en la misma posición que había visto desde el suelo, mirando hacia el horizonte con tez pálida.
—¡Lucius! Tenemos que avisar a tierra, no te quedes ahí.
En la academia no les habían dicho a qué tendrían que enfrentarse, pero Barena estaba segura de que el que el agua se convirtiera en sangre no podía ser buena señal.
—¡Lucius!
Por primera vez el hombre salió de su trance, girando la cabeza muy despacio hacia ella. Barena pudo ver la locura reflejada en sus ojos y soltó una maldición entre dientes.
—Es culpa mía… abandoné mi puesto.
—¡No! Esto no tiene nada que ver con que tú dejaras tu puesto —intentaba convencerlo de que era así, pero ya no estaba segura de qué pensar.
—Ahora estamos condenados. Y todo por culpa mía.
—¡Deja de decir estupideces y ven conmigo! ¡Tenemos que avisar a tierra! ¡Todavía tenemos un deber que cumplir!
—No —las lágrimas volvieron a acudir a su rostro mientras hablaba—, yo ya he fallado. Ya no tengo honor, estoy condenado.
Antes de que Barena pudiera detenerlo, Lucius puso un pie sobre el muro que coronaba la torre y saltó al vacío. Ella gritó de pura desesperación, sabiendo que no podía hacer nada para salvarlo.
Permaneció un instante inmóvil, sin saber qué hacer.
Cuando se asomó de nuevo por el borde del muro, descubrió el cuerpo destrozado sobre las rocas que había al pie de la torre. La sangre de sus heridas corría a encontrarse con la del océano y Barena lloró al ver la expresión aterrorizada del cuerpo del joven, incluso en la muerte.
Pero la visión del mar rojo la devolvió a la realidad con rapidez. Ahora estaba sola en la torre y tenía un deber que cumplir, le correspondía a ella mantener el honor de Lucius. No moriría en vano.
Corrió hacia las escaleras y repitió los gestos frente a los cristales del elevador. Cuando volvió a subirse a la plataforma ya había recuperado la compostura y la vista de las ventanas en el elevador la hicieron reflexionar.
«¿Qué ha ocurrido? ¿Ha sido casualidad que el mar cambiara de color o fuimos nosotros los que causamos el cambio al faltar Lucius a su turno?»
También estaba la cuestión de la naturaleza de su enemigo y el cómo había hecho para que el agua se transformara en sangre. Pero esas eran preguntas para personas más sabias que ella. Quizá los alquimistas podrían decirle algo al respecto.
La plataforma llegó al nivel en el que se encontraba la sala de transmisiones y las puertas se abrieron ante ella. Corrió todo lo que le permitieron sus piernas, haciendo crujir el suelo de madera bajo sus pies. Golpeó con el hombro la puerta de la sala de transmisiones y descubrió ante ella el Cristal del Eco, encargado de iniciar las comunicaciones con tierra firme. Tras él, una gran ventana le mostraba el rojo del mar, como un constante recordatorio.
Dejó su arma en el suelo y tocó con las puntas de los dedos de ambas manos la superficie del cristal, que notó fría al tacto.
Cerró los ojos para concentrarse y dibujó en su mente su ciudad natal, aquélla en la que había aprendido a sobrevivir y a combatir.
—Transmisión —pronunció.
El cristal comenzó a brillar con tonalidades rosadas y un sonido dulce salió de él, como el de una flauta. Tras unos segundos, Barena escuchó una voz en su cabeza.
—¿Quién contacta con el centro de transmisiones de Kensi-Kan?
—Soy Barena, primera vigía de la torre del este.
—¿La torre del este? —su interlocutor pareció extrañado del mensaje y Barena no le culpaba. No había usado el Cristal del Eco desde su llegada a la torre y ellos no esperaban ningún mensaje desde su posición.
—Tengo que informar de nuestra situación. Por favor, transmita este mensaje a la corte del rey. Mi compañero ha caído. El mar se ha vuelto de color sangre. No. El mar se ha vuelto sangre —Hizo un alto y abrió los ojos, incapaz de creer lo que estaba diciendo.
—Vigía Barena —volvió a sonar la voz en su mente, algo más temblorosa esta vez—. Por favor, díganos exactamente qué es lo que ha ocurrido. ¿Necesitan refuerzos?
La voz dijo algo más, pero Barena ya no la escuchaba. Más allá del cristal veía la ventana que daba al exterior y más allá de la ventana vio la ola más grande que había visto en su vida. Una ola de color rojo que se hacía más grande cuanto más se acercaba a la torre. A Barena no le hizo falta estar en el puesto de vigía para saber que muy pronto alcanzaría el tamaño de la torre.
—¿Vigía Barena? ¿Necesitan refuerzos? Por favor, díganos exactamente lo que ha ocurrido. ¿Están bajo ataque?
—Transmitan este mensaje a la corte del rey y no envíen a nadie aquí. Los vigías de la torre del este hemos cumplido con nuestro cometido.
Dicho esto, despegó los dedos del cristal y su luz se apagó de inmediato.
Barena tomó su lanza del suelo y sacó el revólver de su funda. Luego giró hacia la ventana y apuntó el cañón hacia la ola gigante, que estaba ya a pocos metros de la torre. El sonido del arma al dispararse fue seguido del sonido de cristales rotos y un aire rancio, distinto al que solía disfrutar en el puesto de vigía, entró en la sala de comunicaciones.
Guardando el revólver de nuevo en su funda, Barena recitó una plegaria largo tiempo olvidada y echó a correr hacia la ventana rota. Su bota pisó el borde de la misma y, con un hechizo en mente y la punta de su lanza al frente, saltó hacia el exterior de la torre.
Torre fantástica


2 comentarios:

  1. Acabo de leerlo. He de decir que me ha gustado. Pero o no he llegado a entenderlo, o quizá falta saber un poco más, contra quien están en guerra. Espero que pronto cuentes, que sucede tras el salto, me he quedado con ganas de mas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias por tu mensaje Javier y me alegro que te haya gustado. Todavía no sé si escribir una novela completa sobre esta historia o continuar con historias cortas. Decida lo que decida lo pondré por aquí cuando esté listo. ^^

      Eliminar