¡Hola Fantasios! Finalmente me he decidido a publicar mi primer relato fantástico en el blog, poruqe ya que vuelvo al blog, qué mejor que hacerlo a lo grande. Espero que lo disfrutéis y no dudéis en dejarme vuestra opinión en los comentarios.
Apresada entre las sábanas, Barena gruñó al escuchar el sonido que emitía la joya que descansaba junto a su cama. Además del estridente sonido, la joya también emitía brillos anaranjados, avisándola de que la hora de su guardia se acercaba. Desnuda como estaba, Barena se arrastró hacia la mesa de noche y colocó las yemas de los dedos en la gema, haciendo que el sonido desapareciera.
Apresada entre las sábanas, Barena gruñó al escuchar el sonido que emitía la joya que descansaba junto a su cama. Además del estridente sonido, la joya también emitía brillos anaranjados, avisándola de que la hora de su guardia se acercaba. Desnuda como estaba, Barena se arrastró hacia la mesa de noche y colocó las yemas de los dedos en la gema, haciendo que el sonido desapareciera.
Con
un suspiro, dirigió la mirada hacia el techo de su habitación, cerrando los
ojos antes de animarse a salir por fin de la cama. Se puso en pie y miró por la
ventana de su habitación. Era una ventana amplia que ocupaba gran parte de la
pared, con un marco de madera que contrastaba con las paredes de hierro de la
habitación.
«Mar.
Solo el azul del mar, como de costumbre».
Se
apresuró a subirse el pantalón de cuero rojo y se pasó una blusa blanca por la
cabeza liberando luego su cabello negro, que cayó por debajo la nuca. Mientras
se calzaba las botas miró en derredor en busca de su cinturón y su arma hasta
que los encontró tirados junto a la cama. Se maldijo por el mal trato que le
daba al viejo revólver y lo sacó de la funda para comprobar que no estaba
dañado. Tras esto, se abrochó el cinturón y tomó la chaqueta de su uniforme.
Pensó en colocársela, pero estaban en pleno verano y el calor entraba por la
ventana abierta. En su lugar, tomó la bolsa que siempre llevaba durante su
turno, donde ya se encontraban sus guantes y su bufanda, y apretó la chaqueta
en su interior. Se colgó la bolsa al hombro, tomó su casco y salió de la
habitación.
El
suelo de madera crujió a su paso mientras se dirigía hacia la despensa, que se
encontraba justo un nivel por debajo de donde estaba su habitación. La planta
de la torre era circular y se podía llegar desde el sótano hasta la planta alta
subiendo por unas escaleras que se encontraban en uno de los laterales de la
misma. Por fuera, la torre era un armatoste de hierro de siete plantas de alto,
coronada por un puesto de vigía de madera. A sus pies, solo un pequeño muelle y
unas rocas, el resto era solo agua.
Por
dentro la torre no era mucho más agradable. La madera y el hierro se turnaban
para mantener el edificio en pie y solo estaba adornada por las ventanas y
algún que otro cristal de diverso propósito.
Cuando
llegó a la despensa dejó su bolsa y el casco sobre la única mesa que había en
la habitación y se dirigió a un cristal con forma de estrella que había en una
de las esquinas de la misma. Colocó la palma de la mano en su superficie y
pronunció una palabra, haciendo que la pared que había frente a ella
desapareciera, dando paso en su lugar a una corriente de frío que la hizo
estremecerse. Entró en el refrigerador y tomó una pieza de carne congelada,
luego dio unos pasos atrás y volvió a pronunciar la misma palabra, esta vez de
atrás hacia delante. La pared y el cristal volvieron a aparecer en el mismo
sitio en el que estaban y ella les dio la espalda para sentarse a la mesa.
Con
un bostezo, Barena puso el trozo de carne en un plato y metió la mano en su
bolsa, sacando un pequeño rubí que mantuvo en su mano mientras dejaba la otra a
unos centímetros del plato.
—Calor.
De
inmediato, sintió que el trozo de carne comenzaba a descongelarse. Esperó unos
minutos hasta que la comida estuvo cocinada a su gusto y luego dio buena cuenta
de ella. Cuando hubo terminado, tomó unas piezas de fruta y salió de la
despensa sin recoger el plato. A solo unos metros se encontraba el elevador y
ella todavía no se había despertado del todo, así que decidió tomarlo para
subir a lo alto de la torre.
Sus
dedos se movieron con rapidez frente a la joya roja que adornaba el aparato y
casi de inmediato escuchó los engranajes del sótano de la torre en movimiento,
rompiendo el silencio que reinaba en el edificio y empujando la plataforma
hacia el piso inferior, donde se encontraba ella.
Barena
no sabía decir si el mecanismo se movía fruto de la magia o de la tecnología.
Ella nunca había prestado atención a las clases teóricas y los alquimistas no
le despertaban el más mínimo interés. Magia o tecnología, le daba igual mientras
funcionara. La puerta vallada se abrió ante ella y pudo acceder a la
plataforma. Volvió a gesticular con los dedos, esta vez frente a la gema que
había dentro del elevador, y apoyó la espalda en la pared mientras la
plataforma comenzaba a elevarse.
Las
ventanas comenzaron a sucederse dentro del elevador, todas ofreciendo la misma
vista. El mar. No había nada más que pudiera verse desde la torre, solo el azul
del mar.
Barena
suspiró con desgana, maldiciendo el momento en el que se presentó voluntaria para
prestar servicio en la torre.
«Cinco
años. Cinco putos años de servicio. ¿En qué estaba pensando?»
Sabía
en lo que estaba pensando. En Deyanira, su ídolo de la infancia. La primera
mujer en ser destinada a uno de los dos puestos de vigía de la torre del este.
En aquél entonces la veía como una heroína. Quería ser como ella, marcar un
antes y un después en el reino. Había entrenado con dureza desde los siete años
para entrar en la academia militar y luego el doble para conseguir el tan
ansiado puesto. Cuando se embarcó rumbo a su destino, todavía no creía que
hubiera cumplido su sueño. Y entonces llegó a la torre, donde el tedio comenzó
a consumirla día a día.
La
plataforma frenó en seco al llegar al penúltimo piso de la torre, donde se
encontraba la armería. Tomó su lanza de uno de los estantes que ya acumulaban
polvo y comenzó a subir los escalones de madera que llevaban hasta el puesto de
vigía de la torre.
Antes
de atravesar el umbral que daba al exterior, Barena se recogió el pelo y se
colocó el casco. El sol estaba casi en lo más alto, prueba ineludible de que su
turno estaba a punto de comenzar. Tocó uno de los interruptores de su casco y
unas lentes aparecieron ante su rostro para protegerla de la luz solar. Nada
más salir al exterior, la brisa marina le trajo un aroma salado, mientras que
el susurro de las olas contribuyeron a despejar su mente, todavía adormilada.
—Llegas
pronto, todavía quedan unos quince minutos antes de que empiece tu guardia.
Miró
hacia el sonido de la voz y descubrió al otro habitante de la torre, de pie en
una de las esquinas del puesto de guardia.
—No
tenía otra cosa que hacer —respondió con desgana, mirando a su compañero de
reojo.
Él
no le devolvió la mirada, sino que la mantenía fija en el horizonte, como si
hubiera visto algo en el mar. Pero Barena sabía que no era así, nunca habían
visto nada desde que el barco que los trajo allí se alejara de la torre con sus
predecesores hacía ya año y medio.
Pero
Lucius permanecía con la mirada fija en el horizonte, tratando de vislumbrar
algo en el azul del océano. O quizá solo quería evitar mirarla a ella.
—¿Ves
algo?
—Agua.
Barena
fingió una sonrisa, pero la borró de inmediato. Era el mismo chiste de todos
los días, uno que había perdido la gracia el segundo día, pero que Lucius seguía
utilizando.
A
pesar del calor él sí que llevaba el uniforme completo, con su chaqueta roja
abotonada hasta arriba y su casco metálico tapando sus rizos pelirrojos. Se
mantenía apoyado en su lanza, con su mano derecha jugueteando con una perilla
mal afeitada.
—Si
quieres puedes ir bajando, no me importa empezar mi guardia un poco antes.
—No,
me quedaré hasta el final.
La
respuesta fue algo más brusca de lo que Barena esperaba y la hizo fruncir el
ceño.
—No
te preocupes —respondió ella con ironía—, si vienen los malos serás al primero
que avise.
No
tuvo respuesta por parte de Lucius, que permaneció con la mirada fija en el
horizonte. Ella optó por ignorarlo y se sentó en uno de los taburetes del
puesto. Sacó el revólver y comenzó a limpiarlo con su pañuelo, manteniendo la
vista hacia el lado contrario al que miraba Lucius, aunque el paisaje se le
antojó el mismo.
Pasaron
unos minutos en silencio hasta que Lucius volvió a hablar.
—Mi
abuelo me contaba historias de su abuelo, de cuando había servido como guardia
en la torre. Todo un honor como imaginarás. Sus hijos y los hijos de sus hijos
trataron de imitar su hazaña, pero ninguno llegó a conseguir volver a poner un
pie en esta torre.
—¿Tu
abuelo te contaba historias de cuando su abuelo sirvió aquí? ¿Acaso había algo
que contar? Que yo sepa nunca ha habido ninguna escaramuza en esta torre, así
que si no te contaba cómo limpiaba los suelos de este viejo tugurio, no
entiendo qué podía ser tan interesante.
Lucius
giró la cabeza por primera vez y Barena vio que sus ojos verdes centelleaban,
pero no supo decir si estaba dolido por su comentario hacia su abuelo o hacia
la torre.
—Me
hablaba del honor que supone servir en esta torre, la más antigua de nuestro
reino y la más importante, si me apuras. Te recuerdo que estamos en guerra y un
ataque por mar sería fatal para las ciudades de la costa.
—La
guerra acabó hace cientos de años. Estamos en medio de la nada y nuestro
enemigo no era conocido por acercarse mucho al agua por si no lo recuerdas.
—¡Esa
no es la cuestión! —contestó él alzando la voz—. Mi abuelo me contaba el honor
que supone servir en esta torre. Somos los vigías del reino. Mantenemos la
vista en la fatalidad y si retiramos la mirada estamos condenados.
Barena
no pudo evitar la carcajada al escuchar las imbecilidades de su compañero.
—¿Si
retiramos la mirada estamos condenados? ¿Desde cuándo te has vuelto religioso
Lucius? No sabía que te sabías los salmos tan bien.
El
joven enrojeció al escucharla reír. Luego se dirigió a su bolsa y sacó un libro
que a Barena le pareció casi tan viejo como la torre.
—Página
setenta y cuatro. "Los vigías de las cuatro torres son la primera defensa
ante las fuerzas demoníacas. Son sus ojos el mejor escudo del que dispone el
reino, mantienen la vista en la fatalidad, pues saben que retirar la vista
supone la condena del mundo conocido".
—Ya
veo por dónde vas —dijo ella poniendo los ojos en blanco—. Hacía años que no
leía El Grimorio del Salvador.
—No
lo dudo. Deberías darle un repaso.
Ahora
fue ella la que apartó la mirada, harta de tanta tontería. Volvió a mirar hacia
el horizonte, esperando que el sonido de las olas hiciera callar al otro. No
fue así.
—Que
uno de los miembros de tu familia sea elegido para ser vigía de la torre es un
honor. Mi abuelo, mi padre y mi hermano también lo intentaron en su momento,
pero solo yo conseguí volver.
—Sí,
sí, todo un honor. Creo que ya son más de las doce. Tu guardia ha terminado,
nos vemos esta noche.
—Para
ti todo esto es una broma ¿verdad? Eres de esas que se apunta al servicio solo por
el dinero que te entregarán cuando termines tus años de guardia. Una necia que
no entiende la importancia de lo que hacemos aquí.
—Subimos
todos los días a la misma hora y miramos al horizonte. Eso es lo que hacemos y
por eso me pagan. No me vengas con tonterías metafísicas que ni entiendo ni me
interesan.
La
expresión de Lucius estaba entre la ira y la tristeza. A Barena poco le
importaba y ya estaba empezando a perder la paciencia con él. Sintió cómo la
agujereaba con su mirada hasta que, apretando los puños, se giró de nuevo hacia
él.
—Si
tienes algo que decirme dilo ahora. Si no, vuélvete abajo y déjame tranquila.
—No
tendrían que haber elegido a una mujer para este puesto.
El
comentario la tomó desprevenida, por lo que durante unos segundos se quedó
boquiabierta, sin saber qué decir. Lucius bajó la cabeza e hizo ademán de
dirigirse hacia las escaleras, pero al pasar por su lado Barena lo tomó del
cuello de la chaqueta e hizo gala de su fuerza para empujarlo contra uno de los
bordes del puesto de vigía.
—¡Vuelve
a repetir eso!
—¿Por
qué has venido? —le reprendió él, que parecía a punto de echarse a llorar— ¿qué
haces aquí si ni siquiera entiendes la importancia de nuestro trabajo? Admite
que odias estar aquí.
—Sí,
lo admito —afirmó ella con firmeza—. Odio cada minuto que paso aquí y ojalá no
hubiera venido nunca.
Respiró
con profundidad, como si el admitirlo en alto la hubiera liberado de un corsé
que la oprimía.
—Ya
veo. Y como no puedes soportar la importancia de tu misión tenías que evitar
que yo también faltara a mi labor.
La
carcajada de Barena volvió a oírse en la torre.
—Qué
idiota eres, Lucius. Yo no he faltado a mi labor en ningún momento. Siempre he
cumplido con mis doce horas sin rechistar, aunque por dentro estuviera muriendo
de aburrimiento.
El
joven apretó los labios, apretando con fuerza el agarre de su lanza. Ella lo
vio y llevó su mano hacia el revólver con disimulo. Esperaba no tener que
llegar a usar el arma.
—No
tenías que haber venido —continuó Lucius entre dientes— ¡No tenías que haber
venido! ¡Por tu culpa he manchado el honor de mi familia!
—No
fui yo la que te pidió que vinieras a mi habitación.
—¡Me
provocaste! ¡Con tus paseos y tus miradas!
—Jamás
te he obligado a hacer nada que no quisieras. Admite que tú también odias estar
en esta torre tanto como yo. Lo de anoche fue fruto de la hartura que tenemos,
no me uses a mí para excusar tus actos. Sé que tú tampoco quieres estar aquí y
muy en el fondo de tu corazón tú también lo sabes.
La
figura masculina que una vez la había atraído cayó de rodillas ante ella,
dejando solo al niño que se creía los cuentos de héroes que le contaba su
abuelo.
—¿Cómo
es posible? —lloró— ¿Cómo es posible que me haya deshonrado de esta manera?
—Solo
fueron unas horas del turno de noche —trató de consolarlo, acongojada por el
espectáculo—, no ha pasado nada. Solo tenemos que asegurarnos de que no vuelva
a ocurrir. Yo también admito que lo que pasó anoche fue un error. Te pido
disculpas si alguna vez sentiste que intentaba seducirte, pero te aseguro que
nunca fue el caso. Yo tampoco sé qué me ocurrió.
—Que
eres una golfa. Eso te ocurrió.
Lucius
se levantó de golpe y avanzó hacia ella de forma violenta. No se mantuvo mucho
tiempo en pie, ya que ella lo mandó de vuelta al suelo de un puñetazo.
—Cuida
esa boca, Lucius. Estoy intentando ser amable, pero no olvides que sigo siendo
la graduada de más alto rango de la academia. Entré en esta torre por delante
de ti y puedo sacarte de ella con la misma facilidad.
El
interpelado se llevó la mano al labio inferior y lo encontró manchado de
sangre. Luego alzó la mirada hacia ella y Barena comprendió que, sin
pretenderlo, había vuelto a humillarlo.
«Eres
tú el que no tenía que haber venido a esta torre, Lucius».
Los
ojos del hombre volaron hacia su lanza, pero una vez más ella se adelantó a sus
movimientos y pateó el arma antes de que él pudiera alcanzarla. Luego hizo
girar la suya y llevó la punta hacia la cara del joven, que soltó una maldición
al verse derrotado de nuevo.
—Vuelve
abajo Lucius. Nos quedan tres años y medio juntos en esta torre, por lo que
tendremos que aprender a llevarnos bien. Cada uno hará su turno a sus horas y
no molestará al otro. No tenemos que hablarnos si no queremos.
Antes
de que pudiera terminar de hablar, Lucius agarró la punta de la lanza y tiró
hacia él. Sorprendida por la fuerza inesperada del tirón, Barena cayó hacia
delante y tropezó con el otro. Forcejearon un rato hasta que el hombre volvió a
acabar con la espalda en el suelo. Ella se colocó sobre él y comenzó a lanzar
puñetazos para intentar hacerle entender con sangre lo que no había comprendido
con las palabras. Los aspavientos del hombre no fueron suficientes para
defenderse de ella y muy pronto notó cómo su nariz se rompía bajo sus golpes.
Siguió lanzando puñetazos hasta que ya no sintió ninguna resistencia bajo ella.
Cuando
terminó, los dos jadeaban, pero parecía que Lucius se había dado por vencido.
Se mantuvo en el suelo, con la mirada en una de las esquinas del puesto
mientras la sangre y las lágrimas corrían por su cara.
Barena
se tumbó a su lado para recuperar el aliento y se miró la mano derecha, la que
había utilizado para golpear a Lucius. Los nudillos estaban pelados y manchados
en sangre mientras que los dedos le temblaban ligeramente. Seguramente se había
hecho daño.
«Demasiado
tiempo desde mi última pelea».
—Gracias
—escuchó musitar a su lado.
Ella
lo miró interrogante, sin saber si tenía que esperar otro ataque por parte de
su compañero.
—Gracias
por devolverme el sentido común —continuó él con voz débil—. Llevo toda la
noche dándole vueltas a la cabeza desde que subí de tu habitación, sin más
compañía que la de ese estúpido libro. No sé qué me pasó, supongo que
necesitaba desahogarme.
—Es
esta torre —suspiró ella—. Hay demasiados hechizos en sus muros, juegan con
nuestra mente.
—Tienes
razón con lo de que yo tampoco quiero estar aquí —siguió Lucius mientras hacía
el esfuerzo de sentarse en el suelo del puesto—. He estado toda mi vida
obsesionado con conseguir un puesto en la guardia y ahora que estoy aquí veo
que no hay nada de lo que sentirse orgulloso. Todos los días la misma rutina;
dormir, despertarse, comer, entrenar y doce horas seguidas de guardia. Solo
para volver a empezar al día siguiente. Supongo que pensé que estaba perdiendo
el tiempo, que estaba echando a perder mi juventud.
—Es
que es así —dijo ella con una sonrisa, sentada a su lado—. Nos engañaron a los
dos.
—No.
No nos dijeron nada que no fuera cierto. Sabíamos que este puesto era así. Cinco
años mirando hacia el mar. Ni más, ni menos.
Ella
reflexionó. Lucius tenía razón. No les habían prometido la victoria al frente
de un cuerpo de élite ni la gloria en el campo de batalla. Solo la torre. Una
torre construida hacía no se sabe cuánto por a saber quién, para proteger el
reino de un enemigo invisible. Qué idiotas habían sido.
—Bueno,
ya solo nos queda cumplir con el tiempo que nos queda. Cuando volvamos a casa
podremos cobrar nuestro dinero y vivir una vida acomodada. Creo que nos lo
merecemos.
Lucius
asintió en silencio, con las piernas cruzadas ante él. En medio del forcejeo
había perdido el casco y sus rizos se le pegaban a la frente. La miró de nuevo
y sonrió. Los puñetazos de Barena le habían saltado un diente y ahora tenía un
aspecto un poco estúpido. Su cara de bobalicón la hizo reír una vez más y esta
vez él la siguió.
—¿Sabes
lo que me molestaba más de estar aquí? —le preguntó él.
—¿El
qué?
—Que
nunca me hablabas. Nos cruzábamos en el cambio de turno y casi no me dirigías
la palabra. Un hola y un adiós. Nada más.
—Tú
tampoco me decías nada.
—¡Claro
que no! Eres la primera graduada de la academia. Te he visto luchar y te he
visto lanzar hechizos. A veces dabas miedo.
Ella
asintió. Sabía que se sentía así, como la mayoría de los chicos de la academia.
«Tenía que esforzarme el doble si quería que me tomaran en serio. Supongo que
yo misma me lo tomé demasiado en serio».
—Bueno,
sabía que necesitaba buena nota al graduarme si quería tener alguna posibilidad
de venir a esta maldita torre. Si hubiera sabido lo que nos esperaba quizá no
me hubiera esforzado tanto.
Se
quedaron sentados en silencio, escuchando el sonido del mar y rodeados de los
muros del puesto de guardia.
—Estoy
enamorado de ti, Barena.
La
afirmación la tomó por sorpresa y no pudo más que mirarlo en silencio, sin
saber qué decir. Él sonrió una vez más con resignación, probablemente no
esperara ninguna respuesta por parte de ella.
—Solo
quería decírtelo. No quiero volver a perder la cabeza por no decir en voz alta
lo que siento. No tienes que decir nada.
Ella
le hizo caso y bajó la cabeza en silencio.
—Pero
bueno, basta ya de peleas y confesiones. Hoy creo que voy a dormir como hace
años que no dormía. Pero creo que primero me daré una ducha para quitarme la
sangre de encima.
Barena
observó cómo se ponía en pie con dificultad y le cedía el brazo para ayudarla a
levantarse. Sacudió la cabeza para alejar pensamientos confusos y agarró la
mano que le ofrecía con la suya, esperando el tirón que la levantara del suelo.
Un
tirón que nunca llegó.
En
su lugar, Lucius permaneció en el sitio, mirando por encima de los muros de la
torre con la boca entreabierta. Su rostro palideció y un mal presentimiento se
apoderó de ella. Se puso en pie por sus propios medios y miró en la misma
dirección a la que apuntaba su compañero.
Nada.
Nada en el horizonte, como de costumbre. Lo que había llamado la atención de
Lucius era precisamente el mar que siempre los rodeaba. El mar azul que
observaban día tras día y que ahora solo se veía rojo. No era un líquido que
manchara el agua de ese color. El mar ERA rojo. Bajó la vista para ver las olas
que rompían contra el muelle de la planta baja de la torre y pudo apreciar que
el líquido era más espeso que el agua, un líquido que conocía bien.
—Sangre
—fue lo primero que acudió a sus labios—. El agua se ha convertido en sangre.
Tomó
su lanza del suelo y se dirigió con premura a la escalera del puesto, dispuesta
a entrar de nuevo en la torre. Volvió la vista atrás solo para ver que Lucius
seguía en la misma posición que había visto desde el suelo, mirando hacia el
horizonte con tez pálida.
—¡Lucius!
Tenemos que avisar a tierra, no te quedes ahí.
En
la academia no les habían dicho a qué tendrían que enfrentarse, pero Barena
estaba segura de que el que el agua se convirtiera en sangre no podía ser buena
señal.
—¡Lucius!
Por
primera vez el hombre salió de su trance, girando la cabeza muy despacio hacia
ella. Barena pudo ver la locura reflejada en sus ojos y soltó una maldición
entre dientes.
—Es
culpa mía… abandoné mi puesto.
—¡No!
Esto no tiene nada que ver con que tú dejaras tu puesto —intentaba convencerlo
de que era así, pero ya no estaba segura de qué pensar.
—Ahora
estamos condenados. Y todo por culpa mía.
—¡Deja
de decir estupideces y ven conmigo! ¡Tenemos que avisar a tierra! ¡Todavía
tenemos un deber que cumplir!
—No
—las lágrimas volvieron a acudir a su rostro mientras hablaba—, yo ya he
fallado. Ya no tengo honor, estoy condenado.
Antes
de que Barena pudiera detenerlo, Lucius puso un pie sobre el muro que coronaba
la torre y saltó al vacío. Ella gritó de pura desesperación, sabiendo que no
podía hacer nada para salvarlo.
Permaneció
un instante inmóvil, sin saber qué hacer.
Cuando
se asomó de nuevo por el borde del muro, descubrió el cuerpo destrozado sobre
las rocas que había al pie de la torre. La sangre de sus heridas corría a
encontrarse con la del océano y Barena lloró al ver la expresión aterrorizada
del cuerpo del joven, incluso en la muerte.
Pero
la visión del mar rojo la devolvió a la realidad con rapidez. Ahora estaba sola
en la torre y tenía un deber que cumplir, le correspondía a ella mantener el
honor de Lucius. No moriría en vano.
Corrió
hacia las escaleras y repitió los gestos frente a los cristales del elevador.
Cuando volvió a subirse a la plataforma ya había recuperado la compostura y la
vista de las ventanas en el elevador la hicieron reflexionar.
«¿Qué
ha ocurrido? ¿Ha sido casualidad que el mar cambiara de color o fuimos nosotros
los que causamos el cambio al faltar Lucius a su turno?»
También
estaba la cuestión de la naturaleza de su enemigo y el cómo había hecho para
que el agua se transformara en sangre. Pero esas eran preguntas para personas
más sabias que ella. Quizá los alquimistas podrían decirle algo al respecto.
La
plataforma llegó al nivel en el que se encontraba la sala de transmisiones y
las puertas se abrieron ante ella. Corrió todo lo que le permitieron sus
piernas, haciendo crujir el suelo de madera bajo sus pies. Golpeó con el hombro
la puerta de la sala de transmisiones y descubrió ante ella el Cristal del Eco,
encargado de iniciar las comunicaciones con tierra firme. Tras él, una gran
ventana le mostraba el rojo del mar, como un constante recordatorio.
Dejó
su arma en el suelo y tocó con las puntas de los dedos de ambas manos la superficie
del cristal, que notó fría al tacto.
Cerró
los ojos para concentrarse y dibujó en su mente su ciudad natal, aquélla en la
que había aprendido a sobrevivir y a combatir.
—Transmisión
—pronunció.
El
cristal comenzó a brillar con tonalidades rosadas y un sonido dulce salió de
él, como el de una flauta. Tras unos segundos, Barena escuchó una voz en su
cabeza.
—¿Quién
contacta con el centro de transmisiones de Kensi-Kan?
—Soy
Barena, primera vigía de la torre del este.
—¿La
torre del este? —su interlocutor pareció extrañado del mensaje y Barena no le
culpaba. No había usado el Cristal del Eco desde su llegada a la torre y ellos
no esperaban ningún mensaje desde su posición.
—Tengo
que informar de nuestra situación. Por favor, transmita este mensaje a la corte
del rey. Mi compañero ha caído. El mar se ha vuelto de color sangre. No. El mar
se ha vuelto sangre —Hizo un alto y abrió los ojos, incapaz de creer lo que
estaba diciendo.
—Vigía
Barena —volvió a sonar la voz en su mente, algo más temblorosa esta vez—. Por
favor, díganos exactamente qué es lo que ha ocurrido. ¿Necesitan refuerzos?
La
voz dijo algo más, pero Barena ya no la escuchaba. Más allá del cristal veía la
ventana que daba al exterior y más allá de la ventana vio la ola más grande que
había visto en su vida. Una ola de color rojo que se hacía más grande cuanto
más se acercaba a la torre. A Barena no le hizo falta estar en el puesto de
vigía para saber que muy pronto alcanzaría el tamaño de la torre.
—¿Vigía
Barena? ¿Necesitan refuerzos? Por favor, díganos exactamente lo que ha
ocurrido. ¿Están bajo ataque?
—Transmitan
este mensaje a la corte del rey y no envíen a nadie aquí. Los vigías de la
torre del este hemos cumplido con nuestro cometido.
Dicho
esto, despegó los dedos del cristal y su luz se apagó de inmediato.
Barena
tomó su lanza del suelo y sacó el revólver de su funda. Luego giró hacia la
ventana y apuntó el cañón hacia la ola gigante, que estaba ya a pocos metros de
la torre. El sonido del arma al dispararse fue seguido del sonido de cristales
rotos y un aire rancio, distinto al que solía disfrutar en el puesto de vigía,
entró en la sala de comunicaciones.
Guardando
el revólver de nuevo en su funda, Barena recitó una plegaria largo tiempo
olvidada y echó a correr hacia la ventana rota. Su bota pisó el borde de la
misma y, con un hechizo en mente y la punta de su lanza al frente, saltó hacia
el exterior de la torre.
Acabo de leerlo. He de decir que me ha gustado. Pero o no he llegado a entenderlo, o quizá falta saber un poco más, contra quien están en guerra. Espero que pronto cuentes, que sucede tras el salto, me he quedado con ganas de mas.
ResponderEliminar¡Gracias por tu mensaje Javier y me alegro que te haya gustado. Todavía no sé si escribir una novela completa sobre esta historia o continuar con historias cortas. Decida lo que decida lo pondré por aquí cuando esté listo. ^^
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